Tú me provocas. Nacen en ti los mármoles del arte, las piedras ígneas de la nada que buscan la altura constelada. Soy como un niño que juega con la tierra y vulcaniza: tú me ardes y me ordenas. Eres como el lápiz negro que pinta y colorea, que en las manos enardece y en el arte cobra vida. Mis dedos queman la poesía como un labio poseído que en tu cuerpo dilucida: en torno a ti la vocalizo, hacia...ti devuelvo y eternizo.
Desde tu pecho descubro el verbo cruel de mi agonía: tú, mi sangre y poesía. Tú me estallas y reúnes, me cuadras y persigues, alzas mis ojos y enciendes las llamas de tus rimas. Me pierdo en ti como un rayo reflectado que enrojece con tu tacto y cautivo se sabe a tu medida. Agoto la mínima palabra. Escribo el polvo y las vocales: la ciega voz que me arrastra y como un lazarillo encuentra luz en tu mirada.
¡Tú me ardes y provocas! Irrumpo hasta colmarme de letras de tu boca. Desnudo así la silaba ya extinta y el sentimiento que alborota. Desde tu altura enciendo las cenizas de una ola ya prendida y agoto en ella la última saliva. ¡Oh bella e infinita! Tus ojos nublan el torrente de mi vista. Tus iris se clavan como un águila en caída que grita y me agita.
Oh dulce y linda, fresca poesía!: tú me provocas, me ardes y me arrimas como una diosa de fuego que emerge encendida, que baja del Olimpo y en carne se convida, que entrega desde un templo cada sílaba prendida, y apila rima y letra en bella armonía.
Yo te devoro como al sol que me encandila. En torno a ti mi amor palpita. Soy ese cuerpo que al aire mimetiza, que escapa al fondo, a tus entrañas y que el soplo necesita. Te amo como el niño que el dulce no convida y recuesta en su franela y luego le acaricia. Tú me engulles diariamente y alucinas, absorbes cada brote y cada risa. Tú me ardes. ¡Oh bella e infinita princesa!
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