Toco tu boca y con un dedo toco el borde
de tu boca,
voy dibujándola como si saliera de mi
mano,
como si por primera vez tu boca se
entreabriera,
y me basta cerrar los ojos para
deshacerlo todo y recomenzar
hago nacer cada vez la boca que deseo,
la boca que mi mano elige y te dibuja en
la cara,
una boca elegida entre todas,
con soberana libertad elegida por mí para
dibujarla con mi mano por tu cara,
y que por un azar que no busco comprender
coincide exactamente con tu boca que
sonríe
por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más
de cerca
y nuestros ojos se agrandan, se acercan
entre sí,
respirando confundidos,
las bocas se encuentran y luchan
tibiamente,
mordiéndose con los labios, apoyando
apenas la lengua en los dientes,
jugando en sus recintos donde un aire
pesado va
y viene con un perfume viejo y un
silencio.
Entonces mis manos buscan hundirse en tu
pelo,
acariciar lentamente la profundidad de tu
pelo
mientras nos besamos como si tuviéramos
la boca
llena de flores o de peces, de
movimientos vivos, de fragancia oscura.
Y si nos mordemos el dolor es dulce,
y si nos ahogamos en un breve y terrible
absorber simultáneo del aliento,
esa instantánea muerte es bella.
Y hay una sola saliva y un solo sabor a
fruta madura,
y yo te siento temblar contra mí como una
luna en el agua.
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